La calidad del servicio en las farmacias ha sido defendido por (casi) todo el mundo los últimos años incluyendo ministros de sanidad y altos organismos del gobierno. El modelo mediterraneo de farmacia ofrece una calidad asistencial al paciente muy por encima de la media de otros países europeos como, por ejemplo, Reino Unido.
La presencia de más de un farmacéutico por oficina de farmacia es muy habitual en nuestro sistema actual de farmacia, mientras que en otros países como el anteriormente citado prima la rentabilidad a la calidad asistencial contratando así las grandes cadenas un único farmacéutico.
La problemática de esta estrategia extranjera no sólo afecta al paciente, que no recibe un servicio por un profesional calificado («dispenser» es el nombre que reciben los mozos que atienden en el Reino Unido, es decir, meros dispensadores) sino que afecta también al servicio público de salud.
La no atención de los pacientes en las oficinas de farmacia supone un aumento del colapso de los hospitales y ambulatorios. Si las miles de dudas sanitarias que se responden en las farmacias pasasen a los centros de salud el colapso de los mismos sería inmediato.
Se correría también el riesgo de que la población recurriese a medios no fiables como puede ser en algunos casos internet, donde la consulta de patologías severas puede suponer un grave problema sanitario.